Van rápidos y sigilosos para no ser descubiertos,
Vienen de Mesoamérica uno a uno toman el camino,
Bajo la sombra cruzan el Rio Grande y el arduo desierto,
Algunos quedan inerte, perder la vida le depara el destino.

Fatídicos pájaros metálicos dan el grito al cielo,
Son aves imperiales que vigilan el grandioso suelo,
Porque es intensa y constante la lluvia de estrellas,
Son luces multicolores que en la frontera destellan.

Ellos son los pobres del mundo, eternos errantes,
Perseguidos por águilas, mercenarios, y traficantes,
Es un largo sendero de cruces clavadas a tumbas de hombres,
Es el castigo que pagan con sangre los muertos sin nombres.

Por años en el mismo punto de siempre,
en la misma espera de todos los días,
brazos fuertes forman las cuadrillas,
son seres que llevan en alto sus frentes.

Tienen manos prodigiosas los caminantes,
Justo a tiempo llevarán la cosecha al hambriento,
El fruto y el agua mitigarán la sed al sediento,
Volverá al valle la diáfana luz pura y constante.

Volverá el terruño a juntarse con los suyos
Mujeres, hombres, niños, y ansíanos,
Sí es que el verdugo no escucha el murmullo,
Será la Guadalupana entre las cruces del sendero,
Como ángel guardián, la enviada especial del cielo.

En el horizonte, señorial se eleva a los emigrantes,
La casa del Cristo crucificado que reza y llora,
¡Misericordia a las ovejas que la paz añoran!
¡Trabajo que dignifique la vida a los promesantes!

Un anhelo sincero se eleva al universo entero
Para que un día se acabe tan terrible destierro,
Para que desaparezcan las cruces sin nombres,
Que crezcan los críos juntos convertidos en hombres,
Que las mujeres no sufran por sus maridos perdidos,
Porque el desierto es un lecho injusto e inmerecido.

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(c) 2014 Becker A. Fernandez
Derechos Reservados

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